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    El Presidente está enojado y… Asustado.

    • Tony Michoacán

    En el actual escenario político, la figura del presidente López Obrador ha protagonizado un episodio relevante, pues su reacción desmedida y resentida hacia quienes marcharon en defensa de la democracia podría interpretarse como un signo evidente de miedo, enojo y desesperación.

    Al tildar a los manifestantes como figuras del pasado, vinculadas a la corrupción, el presidente revela una incomodidad palpable ante un movimiento ciudadano que desafía su narrativa. Acusar a los participantes de ser responsables de fraudes electorales, incluyendo el “fraude del 88”, resulta irónico cuando uno de sus principales colaboradores, Manuel Bartlett, está directamente vinculado a ese oscuro capítulo de la historia electoral mexicana.

    La presencia de Bartlett, designado por el propio AMLO como Director de CFE, añade un matiz intrigante a la acusación presidencial. ¿Cómo puede el presidente hablar del “fraude del 88” mientras cuenta entre sus colaboradores a quien se le atribuye ser el arquitecto de dicho fraude? Esta contradicción solo resalta la selectividad en la aplicación de la justicia y la conveniencia política sobre la coherencia ética.

    Las críticas del presidente no se limitaron a los manifestantes; también apuntaron hacia el exconsejero presidente del INE, Lorenzo Córdova, por participar como orador en la marcha. La pregunta inevitable surge: ¿no debería el presidente celebrar la diversidad de opiniones en lugar de desacreditarla? Esta actitud contradice la esencia misma de la democracia que dice defender.

    Pero, más allá de las acusaciones y señalamientos, lo que parece realmente perturbar al presidente es la magnitud de la manifestación. Movilizaciones de cientos de miles de ciudadanos en todo el país, y el lleno total del zócalo de la CDMx, refleja un descontento generalizado, un rechazo a sus políticas y reformas.

    Este episodio desenmascara la fragilidad de su respaldo popular y plantea interrogantes sobre la efectividad de su estrategia política.

    Y siendo honestos, la referencia al clientelismo, una táctica que AMLO critica pero que, irónicamente, tiene raíces en el PRI, su antiguo partido, añade otra capa de ironía a su discurso. ¿Cómo puede condenar algo que, en cierta medida, contribuyó a forjar durante su tiempo como priista?

    El rostro desencajado, el ceño fruncido y el discurso radicalizado del presidente sugieren que “algo” no está funcionando con él, su gobierno, su discurso o… ¿la campaña electoral de su posible sucesora?

    En los próximos días, veremos como evoluciona el discurso del presidente, a ver que tanto más se radicaliza.

    Por cierto… No sirve de nada minimizar la marcha, las fotos y videos publicados en redes sociales, son una prueba plastante.

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